viernes, 11 de mayo de 2012

EL CUARTO DE BAÑO (un cadáver cosido por 18 "forenses")


TROZO 1. Mae Wom

Estoy sentada a la mesita de un pequeño Starbucks del centro de la ciudad. La gran cristalera deja que la luz gris de una tarde que ha sido lluviosa me acaricie con sus dedos. Pone un velo de luz sobre el libro que leo mientras tomo pausadamente un café descafeinado para apaciguar la espera.

Miro mi reloj de pulsera. Las manecillas plateadas del reloj siguen deslizándose por el rectángulo negro, indiferentes a los acontecimientos que debieron suceder hace ya diez minutos. Mi cita llega tarde y a mí me queda ya poco café en la taza. Mi cuerpo reclama sus rutinas vitales. Intento ganar algo del tiempo que ya está perdido, me levanto, dejo el libro sobre la mesa y me dirijo al cuarto de baño, así luego no habrá interrupciones.

Abro la puerta encabezada por el cartel con los monigotes masculino y femenino y accedo a un cuarto minúsculo dotado de un lavabo, un espejo sin marco, un dispensador de jabón, una papelera y un secador de aire caliente. Es tan pequeño que para poder entrar y abrir la otra puerta que está enfrente debo primero cerrar la que queda detrás de mí.

La puerta que debe conducirme al aseo está cerrada. Doy unos golpecitos con los nudillos para comprobar que no hay nadie antes de abrir. No me gustaría encontrarme con algo que no quiero ver. Silencio. Lentamente acciono el picaporte y abro despacio la puerta. Los azulejos blancos de perfecto corte cuadrado y simétrica disposición reflejan una luz intensa que parece aumentar a medida que abro la puerta. Espero encontrarme el retrete blanco habitual pero, como si el habitáculo fuera estirándose mágicamente, no aparece y solo veo más azulejos blancos que se expanden hacia la derecha.

Bastante extrañada por la situación sigo abriendo la puerta en un momento que se me antoja infinito y cuál es mi sorpresa cuando asomándome por ella, a mi derecha, un amplio pasillo más largo que ancho se extiende ante mis ojos. Saco tímidamente la cabeza y veo al fondo una cocina de restaurante. Creía que una cafetería pequeña  tendría una cocina acorde con su tamaño pero estaba equivocada.
Yo buscaba un cuarto de baño pero siento curiosidad y me acerco sigilosamente. Total, seguro que ya me han visto.
Avanzo pero nadie repara en mí. Lo primero que me encuentro es a un cocinero de rasgos orientales que hace volar las verduras en juliana a golpes certeros de cuchillo. Por la destreza y economía de movimientos cualquiera podría decir que es un domador de vegetales. Temo interrumpirle no vaya a ser que se distraiga y acabe cortándose un dedo sobre la superficie de acero inoxidable así que continúo con mi expedición.
Al fondo a la izquierda un hombre de corta estatura y espeso pelo negro se afana en fregar unas copas a mano que deposita con cuidado en una plataforma en forma de rejilla para que se escurran. Sus movimientos enérgicos, esponja en mano, contrastan con la delicadeza con que apoya las copas cuando las ha enjuagado.
A su izquierda, a varios metros del señor bajito, un hombre corpulento, más gordo y alto que fornido, se concentra en los fogones, controlando el contenido de las diferentes ollas y cacerolas que tiene sobre ellos. De vez en cuando se vuelve a sus otros compañeros para gritar una petición o una orden a nadie en particular. "¡¡Necesito albahaca!!" o "¿¿Cómo van esas verduras??"" mientras agita una cuchara de madera que en su mano regordeta parece una batuta.

Están todos muy ocupados y yo sigo necesitando encontrar un cuarto de baño, así que me escabullo. A la derecha de la cocina, al final de un espacio vacío que hace de recibidor, veo una puerta en una zona de sombras, casi camuflada con la pared. Cuando mi mano toca el picaporte la puerta se abre de golpe atizándome la cara y tirándome al suelo donde caigo de espaldas. Un dolor intenso me sube desde la pierna por la espalda y a la vez puedo predecir que voy a lucir un bonito moratón desde la parte frontal de la mandíbula que unirá barbilla, comisura y nariz. No sé por cuál de los dos dolores llorar, así que me aguanto las lágrimas, expectante ante lo que está a punto de suceder a través de la puerta maltratadora. Despatarrada en el suelo como estoy, estiro el cuello y veo a cinco hombres asiáticos, vestidos con traje de chaqueta negro y gafas negras, que han irrumpido en la cocina dando saltos acrobáticos, profiriendo gritos en un idioma que no entiendo y armados con pistolas y metralletas. Al cocinero de las verduras se le ha quedado la juliana congelada en el aire, la batuta del cocinero de los fogones parece una varita mágica suspendida unos segundos y un racimo de pompas de jabón flota desde el fregadero y se mueven aleatoriamente, como si todo aquello no fuera con ellas.

Mientras se produce semejante alboroto, el chino que se ha quedado custodiando la puerta responsable de mis chichones repara en mí y me hace un gesto con la ametralladora. Tiemblo bajo su mirada oblicua e inescrutable y la metralleta, así vista de cerca y con la posibilidad de que pueda estar centrada en mi persona, me parece mucho más grande que el hombre que la maneja. Si me apuntara con un elefante en ese momento no notaría la diferencia de tamaño.

El sicario insiste e intuyo -será el instinto de supervivencia- que lo que quiere es que me levante. Rápidamente aparece otro individuo de la nada y entre los dos me llevan en volandas. Oigo pasos precipitados y por el rabillo del ojo, mientras vuelo hacia la luz del exterior, veo que los hombres de negro se dirigen en estampida con nosotros para atravesar la puerta golpeadora. Una luz inmensa me ciega y me obliga a cerrar los ojos.

TROZO 2. JuanRa Diablo

Tanto los hombres que me sujetan como los que nos siguen, parecen entrenados concienzudamente para no perder ni un segundo de tiempo. Atravesamos a toda velocidad una estancia muy luminosa y apenas he recibido en la cara unos instantes del fresco aire del exterior cuando ya me han introducido en la parte trasera de un coche y éste se pone en marcha de inmediato.
Me duele la mandíbula y estoy tan confusa que no consigo poner en orden el tropel de pensamientos que me asalta.

- ¡Están en un error! - logro decir por fin.

Pero el copiloto se vuelve como un resorte para gritarme en su lengua con agresividad. Empiezo a estar muy asustada pero opto por callarme y observar todo lo que me rodea, por si me sirviera más adelante para mi denuncia.
Miro por el rabillo del ojo. A derecha e izquierda me escoltan dos hombres perfectamente trajeados que miran al frente a través de sus gafas oscuras. Me recuesto un poco en el asiento para observar con disimulo sus rostros. Efectivamente son todos asiáticos y diría que parecen clones unos de otros.

El sonido de fondo que me pareció el de la radio del coche me trae frases que sí comprendo.
"¡Otra de verduras asadas!" "¡No me dejéis sin albahaca!" "¿Quién está atendiendo la mesa 5?"
Busco intrigada el origen de esas voces y descubro que en el salpicadero del coche hay tres pequeñas pantallas con imágenes de un color gris azulado. En una de ellas aparece el movimiento de los cocineros y camareros de la cocina por la que acabo de pasar, en otra creo ver un lavabo, quizás el del cuarto de baño al que jamás debí dirigirme. En la última reconozco el restaurante.
Por qué controlan desde el coche ese lugar es algo que no alcanzo a comprender. Mis raptores no parecen hacer caso alguno a lo que muestran esas pantallas. Solo la que capta el restaurante parece estar en movimiento, mostrando lentamente todo el perímetro del local.
Sigo hipnotizada ante esas imágenes  cuando el coche enfila la salida a la autovía y el conductor comenta algo con el malhumorado que da las órdenes.
La cámara del restaurante muestra por fin el lugar en el que yo me encontraba sentada. Alcanzo a ver el libro sobre la mesa.
De repente algo me hiela la sangre. Una chica se acerca a esa mesa y se sienta. Coge el libro y lo abre entre sus manos. No soy yo, obviamente, pero me parezco muchísimo. Hasta la ropa parece la misma desde mi distancia y esto me llena de incertidumbre.

- Pero... ¿quién..., qué está ocurriendo aquí?
- ¡No haga preguntas, señorita! - me dice el copiloto, sin chillarme y por fin en mi idioma.

TROZO 3. Pelotillo

-Quiero una explicación ahora mismo. ¿Quién es esa chica que se parece tanto a mí? Obviamente no soy yo, porque yo me encuentro aquí y no puedo…-un golpe sordo me hizo dormir durante un buen rato poniendo fin a mi incontenible verborrea producida por el pánico.

Cuando desperté, el coche avanzaba a velocidad moderada, respetando los límites de la autovía. Nada hacía sospechar que dentro se estaba cometiendo, al menos, un secuestro. El conductor apagó las pantallas del salpicadero y apretó un botón que provocó que éstas girasen sobre sí mismas, ocultándose y dejando el salpicadero limpio de tecnología puntera, como el de cualquier coche normal. Me debí  desmayar varias veces porque recuerdo imágenes sueltas, incoherentes.

Un par de horas después, o eso creo, abro los ojos en una habitación sin ventanas, tumbada en una cama bastante vieja cuyo somier chirría al menor movimiento. Consigo incorporarme después de sentir cómo mi cabeza explota ocho o nueve veces seguidas en intervalos de un segundo.
Está oscuro, por debajo de la puerta entra un rayito de luz y mis ojos se acostumbran en seguida a la penumbra. Consigo ver un lavabo. Abro el grifo pero no sale agua. Al lado hay un inodoro sin tapa, en seguida vienen a mi cabeza imágenes de películas de cárceles en las que los presos tienen que hacer sus necesidades unos delante de los otros. ¡Qué vergüenza!, pienso durante un momento, y en seguida continúo con la exploración de mi celda.

Una puerta con una mirilla que se abre desde fuera. Por un momento pienso que si lo intento la puerta se abrirá y de hecho llevo mi mano hacia el tirador pero lo único que cojo es el aire. No hay pomo en mi lado de la puerta. Paso la mano por la pared y está áspera, áspera y húmeda. O estamos cerca de una gran cantidad de agua o el lugar está tan viejo y ruinoso que las tuberías han cedido al paso de los años y ya no conducen el agua por dónde deben. Intento recordar más películas de presos y secuestros. ¿Qué hacían los protagonistas para escapar? Y lo que es más importante ¿qué hacían para que la puerta se abriese y dos minutos después estuviesen muertos? Tenía que evitar esto último como fuese. Piensa, piensa, me repito. Me siento en la cama a esperar y entonces toco lo que parece ropa perfectamente doblada. En la camiseta hay un logotipo que no alcanzo a ver bien. Tiene unas letras, una A, una B y una… El chirrido de la puerta al abrirse de par en par y la luz que me golpea me sacan de mi ensimismamiento. …Y una C.

-¡Vístase y síganos! –dice uno de los tres tipos que han entrado
-¿Quiénes son ustedes? ¿Qué hago aquí?
-Nada de preguntas… por ahora. Vístase, ¡rápido! Ya llevamos una hora de retraso.
-¿Retraso para qué? –una sombra oscurece de golpe la habitación. Llega un cuarto individuo, viste como yo, lleva un peinado como el mío, tiene la nariz en punta como la mía…
- ¡¿Qué?! –exclamo antes de quedarme sin palabras.

TROZO 4. Doctora Anchoa

Aprovechando el momento de silencio que sigue a mi pregunta, y antes de que me dé tiempo de volver a hablar, el tipo que ha hablado me agarra del brazo con firmeza y me obliga a ponerme de pie.

-Vís-ta-se- repite, en voz baja y agresiva, mientras clava sus ojos en los míos.

No me atrevo a llevarle la contraria, me escabullo hacia el rincón opuesto de la habitación, confiando en poder cambiarme con la menor cantidad de público posible. Todos ellos tienen la delicadeza de girarse un poco  mientras rápidamente me cambio de ropa. Aprovecho para observar sin disimulo al individuo que parece llevar la voz cantante. Con parsimonia, ha sacado una tableta digital y empieza a trastear con ella. Miro la pantalla, y para mi sorpresa aparece lo que a priori parece una fotografía mía. Pero cuando la miro por segunda vez me doy cuenta de que esa no soy yo. Yo nunca he llevado el pelo de ese color, y la ropa con la que aparezco nunca ha sido mía. Un escalofrío recorre mi espalda cuando el hombre que maneja la tableta me descubre observando la fotografía y, sin mediar palabra, la gira y me mira fijamente. Opto por apartar la mirada, y empiezo a escanear más que a mirar a mi doble. ¿De dónde ha salido? ¿cómo es posible?. Mi captor no me da opción a plantearme nada más; de un par de zancadas se planta delante de mí.

-Andando- dice, mientras me señala la puerta.

Salgo a un pasillo oscuro, que parece sacado directamente de una película de bajo presupuesto de asesinos psicópatas. Una luz parpadea al final del pasillo, llego a distinguir una puerta metálica a unos diez metros, pero no mucho más. Durante un momento anhelo la húmeda habitación que acabo de abandonar. Me giro inquieta, y pregunto a nadie en particular, aunque sé que va a resultar inútil:

-Oigan, ¿dónde estamos? ¿por qué me han traído aquí?. Han cometido ustedes un error…- la frase muere en mi garganta, mientras una vocecilla, muy en el fondo de mi mente, empieza a susurrarme que no es casualidad, que no ha sido ningún error por parte de mis captores.

Por supuesto, recibo el silencio como respuesta, lo que ya me esperaba, y noto una leve presión en mi espalda cuando me empujan ligeramente en dirección a la puerta metálica en la que me había fijado antes.  Conforme nos acercamos a ella empiezo a oír un murmullo apagado detrás, parece que hay varias personas hablando al otro lado. Paro en seco a menos de medio metro de la puerta, y uno de mis guardianes se adelanta, introduce una llave en la cerradura, y abre la puerta. Noto otro ligero empujón, y cruzo la puerta.
Necesito parpadear unas cuantas veces, porque la oscuridad del pasillo contrasta con la deslumbrante claridad de la habitación en la que acabo de entrar. Oigo susurros, y al girarme veo a dos o tres personas que hablan de espaldas a mí. No puedo distinguir sus caras, pero no puedo dejar de notar que de espaldas son todos idénticos entre sí. “Y seguramente a mí”, murmuro.

-¡¡¡Buenos días, la estábamos esperando!!!- exclama una entusiasta y juvenil voz a mi izquierda.

 TROZO 5. H@n

Y es mi voz, y es mi cara, hasta creo que lleva mi ropa. O no... 

Recuerdo esa chaqueta. Cuero negro, con ese detalle en las mangas. Si, si, la recuerdo ¿por qué no la compré? ¡Ya está! Es la chaqueta que vi en la Calle Mayor, cuando iba a pagar, decidí que mejor gastaría el dinero en el musical. Claro que en el musical conocí a Alberto. Si no hubiera cambiado de pensar en el último momento no habría pasado el fin de semana con él, y por tanto no habría conocido al que resultó ser el Jefe de Recursos Humanos de la empresa con la que estábamos negociando. Curiosa casualidad. Miro más allá, son todo mujeres. Son todo yos. Menos mal que pude hacer pis en la habitación donde me tenían, si no ¡me lo hubiera hecho ahí mismo!
Voy fijándome y veo pequeños detalles diferentes en todas ellas, aunque al principio parecían iguales. La mayoría lleva el pelo como yo, pero consigo distinguir a una con rastas, larguísimas, como si se las hubiera hecho hace años. Vaya, hace 5 años yo también lo estuve pensando.

Eran versiones de mí. Cada vez lo tenía más claro, pero... ¿qué hacían ahí? ¿Por qué había miles de versiones mías en aquella sala? ¿Por qué todas esas pequeñas diferencias? Un momento, nos estamos desviando de lo importante... ¿por qué narices unos tipos japoneses que paraban el tiempo me habían llevado hasta allí? ¡Que congelan el tiempo! ¿Es que no tenían nada mejor que hacer?
A la que interrumpí mis pensamientos, me di cuenta de que yo-con-chaqueta-de-cuero, seguía hablándome, presentándome a otras yos. Estaba la yo que sí se cortó el pelo a lo chico. La yo embarazada, que supongo, no se tomó la pastilla del día después tras el incidente con Sergio. Era como si todas las decisiones que había tomado en mi vida, se hubieran desdoblado creando otra vida paralela, y allí estábamos, todas juntas. Quise preguntarles si todas se estaban meando cuando acabaron allí, pero me pareció algo estúpido. Así que esperé hasta que por fin me llevaron a la tarima donde los trajeados japoneses que paraban el tiempo y no tenían nada que hacer esperaban sentados, espero que para darme alguna explicación, porque aquello empezaba a mosquearme. 



TROZO 6. papacangrejo

Todo era de un surrealismo exagerado. 

Si no fuese porque lo estaba viendo con mis propios ojos y sintiendo en mis propias carnes, pensaría que era una película de Kubrick, aunque sin banda sonora.
 

A mi alrededor solo había oscuridad. Únicamente a lo lejos, podía ver mi destino iluminado por una luz blanca, casi cegadora, que caía en vertical desde el techo y mostraba una tarima, sobre la que había una mesa larga y blanca, detrás de la que me esperaban sentados siete de aquellos individuos. Además de eso, nada. Si no estuviese siendo prácticamente arrastrada por aquellos dos gorilas, no me habría atrevido a dar un solo paso, por miedo a no encontrar suelo y caer en un abismo invisible.
Cuando estaba llegando a donde me esperaban aquellos individuos, se encendió, frente a ellos, otra luz tan intensa y blanca como la otra. Pero esta vez iluminaba una  extraña silla metálica y poco más de medio metro del suelo alrededor. Mis guardianes me llevaron hasta allí y se pusieron detrás de la silla. Yo me quedé de pie, indecisa, no sabía si sentarme o salir corriendo e intentar buscar una salida de aquel horrible lugar, pero ¿hacia dónde corría?, ni siquiera estaba segura del camino que había seguido hasta allí.

En ese momento, empecé a sentirme realmente asustada. El desasosiego, la ansiedad y el no saber qué estaba sucediendo o qué iban a hacer conmigo empezó a acelerar mi corazón. Mis rodillas empezaron a temblar y gotas de sudor empezaron a caer por mi espalda y mi frente. Estaba inmovilizada por el terror y ni siquiera pude controlar mi vejiga, que dejó escapar la orina haciendo que bajara lentamente por mis muslos hasta el suelo.

 - Por favor señorita, siéntese. – dijo uno de aquellos individuos, el que estaba en el lado derecho de la mesa.

Obedecí y me dejé caer sobre aquel asiento metálico. Aquella silla era muy fría, tanto como la actitud de aquellos que me observaban, como el ambiente de aquel lugar. El frío me hizo volver en mí, mi corazón redujo sus latidos, mis rodillas se detuvieron y mi mente parecía volver a encontrar algo de equilibrio. El frío era intenso, era como estar en un gran congelador, mi vello se erizó, mis pezones se endurecieron y una erupción de vaho salía de mi boca con cada exhalación.
De pronto, unos aros metálicos surgieron de los reposabrazos y patas de la silla cerrándose sobre mis muñecas y mis tobillos, mientras uno de los gorilas, que se habían quedado detrás de mí, pasaba una correa de cuero vieja y agrietada alrededor de mi cintura.
Aunque parezca mentira, aquello me tranquilizó, me infundio valor. ¿Por qué necesitaban inmovilizarme?, ¿Creían que era peligrosa? Si aquella gente tenía la necesidad de mantenerme atada era por algo. Y esa razón imperceptible hacía aparecer un resquicio de valor en mi corazón. Tan solo tenía que evitar que esa pequeña llama se apagará por mis temores, había que alimentarla, hacerla crecer y para ello tenía que averiguar, de una vez por todas, qué estaba sucediendo.

- ¿Quiénes sois? – Pregunté intentando parecer tan fría como todo lo que me rodeaba. ¿Qué queréis de mí? ¿Qué demonios está pasando aquí?
- Sabemos que tiene muchas preguntas – respondió el mismo tipo de antes- Cada cosa a su tiempo. De momento las preguntas las hacemos nosotros y le sugiero que sea sincera en sus respuestas, de lo contrario…

En ese instante sentí cómo una descarga recorría todo mi cuerpo, que  convulsionaba mientras mi mandíbula se apretaba y mis ojos se quedaban en blanco. Solo fueron unos segundos, suficientes para dejarme claro cuáles eran las consecuencias si no era del todo sincera en mis respuestas.

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12 comentarios:

María José dijo...

oh!me quedo con ganas de más.
Sólo una cosa me chirría.Esa "instancia" luminosa que atraviesa antes de que la metan en el coche...No será una estancia?
Es deformación profesional :)

JuanRa Diablo dijo...

Pues así es, Maria José, corregido el lapsus.
¡¡Muchas gracias!! :)

María José dijo...

No hay de qué! :D

Ángeles dijo...

Me temo que me voy a repetir un poco, aquí y en Mae's blog, pero la verdad no tiene más un camino... y es que tengo que felicitaros por vuestra idea y por lo bien que la habeis organizado y llevado a cabo.
Me ha encantado participar en esta empresa colectiva, simpática y sin pretensiones.
Gracias por la iniciativa.

Mae Wom dijo...

Ooooh! Me encanta la "foto" de Frankenstein que has puesto de "puerta" a este pasadizo oscuro y a veces resbaladizo del "cadáver" (aunque con luz al final del túnel) :P

Ha sido genial organizar con vosotros dos todo esto, escribir esos correos disparatados para tomar decisiones, cambiar de opinión, (que a mí se me olvidara qué habíamos decidido, Pelotillo es testigo)...
Por supuesto, gracias a ti Diablo por todo el trabajo de embajador del anatómico literario y de transportador del cadáver en construcción, que lo has hecho con precisión de relojero, como solo un verdadero diablo puede hacer cuando no prefiere matar moscas con el rabo. :))

Un abrazote gatuno

Montse dijo...

Voy siguiendo este alucinante relato y en cada entrega me gusta más ¡se está poniendo muy interesante!.
Felicito al diablillo que lleva a cabo la autopsia y a sus dos ayudantes siniestros ¡me encanta la idea! y me encantó participar.

Un besazo :)

Papacangrejo dijo...

ahora me quedo con las gans :(

JuanRa Diablo dijo...

A ver qué calificativo utilizo para expresar lo que me produce tanto entusiasmo de mis compañeros forenses...

¿Recontracontentorgulloso?

Sí, algo así :)))

Unknown dijo...

Me uno al comentario de Mae al respecto de la organización de nuestro "cadáver". Me lo he pasado genial con los preparativos y después leyendo lo que escribían los participantes. También me ha sorprendido lo fácil que ha sido ponernos de acuerdo en todo lo relativo a nuestro "niñ@".

Me gustaría aprovechar para dar las gracias a todos los participantes aunque mi intención es hacerlo individualmente también.

Una cosita más Diablo, seguro que ha sido porque no te has dado cuenta pero en el apartado "Tú toca, yo pongo la letra..." te falta una canción, sí, ya sé que acabas de caer, "The Number Of The Beast, de Iron Maiden" ;-)

Un abrazo escarabajil (aprovecha que me acabo de lavar las manos XDD).

JuanRa Diablo dijo...

No hay más que hablar, Pelotillo, el tema que dices será incluido en el hilo musical de este infierno. Cuando encuentre un hueco lo pongo en tu honor :)

Ángeles dijo...

Pues cuando encuentres ese hueco, a lo mejor podrías aprovechar para incluir también "Devil in her heart", ¿no?

JuanRa Diablo dijo...

Eso está hecho. Haré tu wish come true ;)